Confinadas en sus cuerpos,
abstractas, las cenizas
reflejaban la absurda
realidad
que un día sostuvieron
con cada lágrima
póstuma.
Satán, convirtió su sal
en un ambiguo elixir donde
existir
solo dependía del trazo
que aquellas dibujaban en
la mejilla
hasta ser torrente
y no,
no hablo de infiernos ni
demonios
imaginarios,
sino de corazones
crucificados.