Impías las llamas
acosaron el verbo
hasta hacer escarnio en el
pronombre.
Las palabras antiguas
yacen ahora bajo ocho
siglos,
-cielo y tierra se unen-
palabras de piedra
que sustentaron la pluma del
poeta.
Llora el jorobado la herida
de su amada,
la aguja de tinta
que ya no rasga el cielo en
su intento,
y el hombre se pregunta
perplejo
de qué sirve la historia.
Arde París
agoniza su dama ante los
ojos del mundo,
mueren mientras nacen mil
poemas:
hoy los poetas
nos hacemos viga y techumbre
aguja, gárgola de tinta,
grito de rabia
en lágrimas vertidas al
Sena.
Yo puse mis alas a tus pies
en un intento volar a lo
infinito de otro tiempo.
Dos mil diecinueve, llora el
mundo
y Francia sabe que
La
Dame sera toujours Notre.