Se diría
que
ya acechaban
de antes
las miradas
que examinan
con detalle
el roce más sutil,
los labios condenados.
Se diría que
no tienen más ciudad,
ni más luz que otra piel
—y no la suya—
para dejarse la vida,
ni más huella que seguir
salvo la nuestra.
Dirán siempre
—con boca pequeña—
que lo hacían por nuestro bien,
cuando la realidad es
que envidian
saltar con nosotros
al vacío.
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