viernes, 27 de noviembre de 2020

Carta a Apolo

 

Viajé a las tierras de Arcadia

con el paso pequeño de la duda,

la timidez del poeta

que nace, huérfano de musas,

con la mirada henchida en sus bosques,

en busca de dríadas

recitando las églogas de Virgilio,

        y

abrazar así el reino de la utopía.


Pero encontré un valle yermo,

y emponzoñado el manantial de las ninfas

camino al olimpo de los elegidos.


Dioses menores

alzaban su pluma como dagas hirientes

vomitando la ira del deshabido,

no en vano

su mano infértil traza —en la linde—

el horizonte del ego.


Bufones disfrazados juzgando

como reyes, ávidos de sangre

y conquistas, escupían

en los versos livianos del imberbe.


Y así  —un día cualquiera—

divisé la atalaya de Narciso

en el promontorio del recelo,

sostenida por los usureros de la palabra:


No queda espacio

en el corazón del viajero, sino

el regreso a la nada amable del (ser) desconocido.


Friedrich August von Kaulbach




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