Las primeras caricias del sol de la mañana
traspasaban tu piel transparente. Yo te miraba fijamente. Me encanta hacer el
amor recién levantado. Me acerqué a ti y acaricié tu cabello, más alborotado
que otras veces. Te revolvías inquietamente, tratando de alcanzarme sin éxito.
Decididamente me quité la camiseta y dejé a mis pies el slip enroscado. Un
ligero calor se apoderó de mi cuerpo desnudo. Era un día perfecto, el sol
asomaba en el horizonte y tus brazos blanquecinos se estiraban en mi dirección
y se venían abajo al no conseguir rozarme, pero finalmente me dejé alcanzar.
Comenzaste a besar despacio mis pies y yo fui
avanzando para sentirme más cerca de ti. Te dejé ir ganando terreno por todo mi
cuerpo, tu excitación se hacía patente en la brusquedad de tus movimientos, tus
extremidades se enroscaban ahora por mis piernas, nunca te había visto tan
apasionada.
La suavidad de tu piel se mezclaba con la de la mía.
En este punto me incliné hacia ti para besarte, un largo y húmedo beso con el
que yo me entregaba definitivamente a tus deseos.
Sentí entonces cómo rozabas mis muslos y me
estremecí, los acariciabas frenéticamente, casi golpeándote contra ellos,
buscabas mi sexo compulsivamente y suspiré cuando lo encontraste.
Una y mil caricias en un armónico vaivén jugaban con mi intimidad, y yo disfrutaba de ellas, hasta concentrar el placer en ahogados
suspiros.
Hacía algo de frío, pero mi cuerpo era puro fuego que
ardía al notar como seguías recorriéndome.
Sin dejar de jugar con mi sexo, ejercías un suave
masaje con tu lengua sobre el, mi pecho se había erizado, como cuando tengo
mucho frío. Jugabas con tus dedos en el,
lo mordisqueabas, lo lamias y esta terapia térmica que contrasta frío y calor me
llevaba al borde del éxtasis.
Sentí cómo acoplaste tu cuerpo al mío sentada sobre
mis caderas y me hacías tuyo. Me pillaste desprevenido y mi cuerpo se sacudió
violentamente, pero tú te mecías en un alocado vaivén. Mi respiración se
agitaba cuanto más cerca estaba del clímax, se entrecortaba e incluso
propiciaba algún jadeo ronco.
Tu sed de mí me quitaba la vida, qué paradoja…
Mi yo se mezclaba ahora con el tuyo, mientras me hundía en un abrazo eterno en el que tus
brazos recorrían sin cesar mis piernas, mi cintura, mi pecho y mi cuello, me
acariciaban maliciosamente y rozaban mis labios.
Ningún rincón de mi cuerpo escapaba a tus caricias,
la excitación era tal que mi cuerpo
estalló en un inmenso orgasmo. Mi boca entreabierta quedó a merced de la
humedad de tus besos, deleitándome con tu sabor salado. Mis ojos entreabiertos
me dejaban ver que el sol ganaba altura en el cielo y mi respiración,
completamente acelerada, perdía fuerza rápidamente. Mi pecho parecía incapaz de
contener los latidos de mi corazón, cuyo ritmo desenfrenado fue dejando paso al
sosiego…
Estaba cansado. Me dejaba mecer en tus brazos
mientras aún acariciabas mi cuerpo y recordaba otros encuentros fortuitos
contigo. Siempre la misma violencia, pero nunca me sentí después tan calmado.
Tú, egoísta, después de poseerme me arrullas para que
me duerma y lo hago, me duermo en tus brazos al son de tu nana, me sumo en un
sueño eterno…..y me abandonas a mi suerte.
Cuando despierto te has ido y hay una nota sobre la
mesita.
Hasta el próximo, si existe…..
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