miércoles, 13 de marzo de 2019

Ayer


AYER,       impasible
la mano que cercena el aura de la primavera
taló el Magnolio de nuestros sueños
como quien corta la última margarita
aún sin deshojar
por temor a un miasma imaginario.

Aseguran que estaba enfermo
de ese amor ignoto que se recita a los vientos del olvido,
es cierto que yo, le he visto llorar alguna flor
cansado de esperar, erguido
junto a mi sombra algún abrazo, quizá
sin conocer que aquellos
ahora son en la distancia,
como los besos que se lanzan al aire.

Revélame,       —si conoces el conjuro—
cuántos versos he de escribir
entre sus ramas inertes
hasta formar un corazón con sus raíces
y que de nuevo germine la vida, si ella
dependiera del último poema.

Cuéntame cómo llenar en un instante 
las cuencas de mis ojos
con el vacío de un cielo ahora deshabitado
o cuánto tiempo ha muerto    —con él—
en ese segundo en el que se palpa un recuerdo
en el claustro olvidado del pasado
al respirar.

Aire, para el aire de los pulmones
olor a perfume,
las huellas del recuerdo
en el agua de la fuente que rompe el silencio,
y un magnolio en el centro
así fue hasta ayer
mi último refugio.



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