AYER, impasible
la
mano que cercena el aura de la primavera
taló
el Magnolio de nuestros sueños
como
quien corta la última margarita
aún
sin deshojar
por
temor a un miasma imaginario.
Aseguran
que estaba enfermo
de
ese amor ignoto que se recita a los vientos del olvido,
es
cierto que yo, le he visto llorar alguna flor
cansado
de esperar, erguido
junto
a mi sombra algún abrazo, quizá
sin
conocer que aquellos
ahora
son en la distancia,
como
los besos que se lanzan al aire.
Revélame, —si conoces el conjuro—
cuántos
versos he de escribir
entre
sus ramas inertes
hasta formar un corazón con sus raíces
y
que de nuevo germine la vida, si ella
dependiera del último poema.
Cuéntame
cómo llenar en un instante
las cuencas de mis ojos
con
el vacío de un cielo ahora deshabitado
o
cuánto tiempo ha muerto —con él—
en
ese segundo en el que se palpa un recuerdo
en el claustro olvidado del pasado
al respirar.
Aire,
para el aire de los pulmones
olor
a perfume,
las
huellas del recuerdo
en
el agua de la fuente que rompe el silencio,
y un magnolio en el centro
así
fue hasta ayer
mi último refugio.
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