He
descubierto calles
con
mil esquinas
donde
tu nombre
aparece —siempre—
tatuado
en la sombra,
un
simple beso que fuera…
aún
sin serlo.
Porque
las calles ya no tienen
nombre
si
no es el tuyo.
He
descubierto calles
con
mil esquinas
donde
tu nombre
aparece —siempre—
tatuado
en la sombra,
un
simple beso que fuera…
aún
sin serlo.
Porque
las calles ya no tienen
nombre
si
no es el tuyo.
Viajé
a las tierras de Arcadia
con
el paso pequeño de la duda,
la
timidez del poeta
que
nace, huérfano de musas,
con
la mirada henchida en sus bosques,
en
busca de dríadas
recitando
las églogas de Virgilio,
y
abrazar
así el reino de la utopía.
Pero
encontré un valle yermo,
y
emponzoñado el manantial de las ninfas
camino
al olimpo de los elegidos.
Dioses
menores
alzaban
su pluma como dagas hirientes
vomitando
la ira del deshabido,
no
en vano
su
mano infértil traza —en la linde—
el
horizonte del ego.
Bufones
disfrazados juzgando
como
reyes, ávidos de sangre
y
conquistas, escupían
en
los versos livianos del imberbe.
Y
así —un día cualquiera—
divisé
la atalaya de Narciso
en
el promontorio del recelo,
sostenida
por los usureros de la palabra:
No
queda espacio
en
el corazón del viajero, sino
el regreso a la nada amable del (ser) desconocido.
![]() |
Friedrich August von Kaulbach |
Descubro la vida en otros
ojos
que son el mundo,
la espiga verde mecida por
el viento
que abraza el grano.
Pequeñas playas en un
desierto
donde no hay oasis,
mar de estrellas, fanales de
mis noches.
Pero esos ojos tienen
precio.
Después de los años
el amor puede ser un brebaje
amargo
si se toma de un trago
en la sombra de cualquier
luna,
como esos naufragios que se
sufren
cuando el corazón
vira el rumbo de repente
subestimando la fuerza de
las olas,
y el casco —simplemente—,
no aguanta la embestida.
...y me iré
de puntillas
como vine,
montado
en un susurro
callado,
de vuelta
a mis sueños
imperfectos,
sueños errantes,
"Me has salvado la mañana".
VENDEDOR AMBULANTE
ALICANTE 2020
Volvemos
a coincidir.
Él
toma café, como cada mañana,
en
la esquina de la melancolía
donde
yo desayuno los recuerdos
de
esta ciudad que llevo dentro.
Mientras
observo su gesto
plácido,
casi ausente,
manosea
un reloj que acaba de comprar
por quince euros —creo que los colecciona—,
quizá
pretenda sujetar
el
tiempo que se le escapa.
Cada
año,
la
misma esquina, el mismo hombre.
Ya
no tiene perro,
por
eso, solo,
conversa
con sus adentros.
Apurando el último sorbo
mira de reojo su nuevo reloj,
deja
dos euros sobre la mesa
y
se marcha despacio.
Como
si la vida ya
sólo
fuera rutina,
como
si comprar el tiempo
sólo
costase quince euros.
Por algún motivo
tú que has sido héroe de alguna
batalla,
ahora
sientes
el vértigo dentro de ti.
Notas
veloz como el rayo
de otra forma
el vuelo de la mariposa
en el estómago,
la mágica caléndula de la vida.
A tu alrededor
las sombras
hablarán
sobre estrellas engendradas
o gélidos vientos,
no está mal.
De otra forma
no sería
irremplazable
la crisálida
cuando llegue
la hora
suprema
de la
metamorfosis.
refleje con certeza
la verdad del trazo
del viejo poeta.
El viento amable,
o esa voluntad etérea
de suicidio
detrás del amor.
El todo absoluto
del fénix
y sus cenizas
retoñando.
Probablemente
se haya vuelto a enamorar,
y esa sea la distancia
entre dos versos:
la métrica simple
de la vida.